miércoles, 7 de abril de 2010

LAS DECISIONES

Tenía la fecha del vencimiento del ticket de regreso encima y no había resuelto ni conseguido nada. Para colmo la española de mi consuelo del Shelter, una amistad que no duró más de una semana, también yo había observado cómo estaba siendo acosada ella misma.
Me había contado su problema y me había referido que hacía muchos años que vivía por los diferentes refugios de Estados Unidos, en cada ciudad que iba. Cuando se le acababa el tiempo en uno, se iba de la ciudad, a otro.
Fue ella la primera que me dijo que los Derechos Humanos no sirven para nada...
Yo por mi parte me dí cuenta que a ella le habían hecho lo mismo que a mí: la tenían vendida desde su intimidad y su vida desde adentro de su casa. Y no encontraba tampoco quien atendiera su situación...
Lejos, muy lejos, como yo, de haberse dedicado en lo social y económico,a custiones relacionadas con el sexo.


Con ella habíamos ido a Hollywood, a Santa Mónica...

Hollywood es de risa. No son más de cuatro o cinco calles (no subimos a la colina). El teatro Chino, a dónde se hacen las grandes fiestas del cine, parece una maqueta de las películas de westerns. Las casas son todas bajas. Fuimos de día, claro, así que no vimos nada  extraordinario. La acera de las estrellas tampoco me pareció nada  espectacular. Fue gracioso.

También me llevó a la Biblioteca del Dawn Tawn de Los Angeles, el lugar en donde ella, como muchos de nosotros en la misma situación, pasaba la mayor parte de su tiempo.

También, sumando, fue muy desagradable cuando en una ocasión me hallaba en un sitio en donde se exhibían las figuras de Walt Disney en tamaño como uno, y al querer comunicarme con una señora con sus hijitos, apareció otra que le dijo a modo de ¡advertencia! que yo era del Shelter, con lo cual consiguió que se acabara la comunicación...

Faltando nada para irme encontré una oficina en la que no sólo me escucharon, sino que me admitieron que sí, que me estaban persiguiendo, porque ya habían estado también por ahí. Yo quería una solución legal, y ellos me ofrecían tickets para tren y autobús para que pudiera moverme sin problemas, un lugar dónde comer en Santa Mónica, pero para dormir tenía que ser el Shelter de los evangélicos. (Yo quería huir de los evangélicos). Que buscara trabajo y a ver qué se hacía. Mi temor era perder el billete de regreso y que, a la larga, me dijeran, como tantas veces había ya oído, que no podían hacer más nada por mí, quedarme en la calle por no tener más dinero y no conseguir trabajo por el acoso, y, encima, ilegal. Además, en el Shelter ya estaban anunciando reformas: que iba a ser sólo para mujeres embarazadas...
Estaba asustada. No me sirvió como aliento el ver llegar una mujer al Shelter con cuatro niños, para pedir ropa, en una 4x4 todoterreno... Me quedé de piedra...
Los relatos que había ido recogiendo de las mujeres con las que hablaba tampoco eran mucho más alentadores... Era como si el abismo estuviera a la vuelta de cada esquina...

Y el miedo.
Un tiroteo que se había producido a pocas calles del Shelter a las tres de la tarde...con no sé cuántos muertos.

Otra vez, se me había hecho tarde y me encontré a las seis de la tarde esperando el autobús para llegar al shelter (trayecto que normalemente hacía caminando): no había absolutamente nadie y todos ya sabíamos lo peligrosísimo que era andar a esas horas por ahí...

SE DICE RAPIDO...

El sitio estaba muy bien, bien organizado y bien atendido. Es un complejo eclesiástico enorme, que ocupa casi -creo- toda la manza, o quizás más. No conocí la parte de la iglesia. No me interesaba congregarme y, aunque seguía siendo creyente, no me interesaban ya las cosas de igelesia, ni "los hermanitos". Está ubicada en pleno centro de LAX -como le dicen por ahí-, en la Sexta y no recuerdo la otra.
Desayuno, comida y cena. Para dormir era un recinto grandísimo con camas cuchetas. En otra parte había un Store donde dejar las maletas -aunque la mía más grande había quedado en el hotel-, te proveían cada noche de un kit de ducha completo y el poder ducharse, cosa que era obligatorio todas las noches.
En la sala principal, no sólo se podía estar, sino que todos los días ponían una película. Ahí mismo, también cada día, había una "prédica", con canciones también.
En la parte exterior a esta sala había un patio con W.C., comunitario, en donde podías también estar. Para lavar la ropa, a unas dos calles de allí, había otro centro con un enorme patio exterior. Allí podías dejar la ropa y cuando la ibas a buscar, ya la tenías lavada y seca, un servicio que se usaba, pero más se prefería "el cambio de ropa" cedida por las donaciones. En ese mismo lugar funcionaba un dormitorio veinticuatro horas: las ocho horas se otorgaban por orden de inscripción; ducha y ocho horas de sueño... Eran camas separadas por mamparas, con tal calefacción que no necesitaban más que sábanas, que las cambiaban por cada uno que pasaba por allí.
También tenían un patio interior en donde se podía tomar café y chocolate -free- y estar ahí y fumar y pasar el día o las horas.

Otra sala, pero interior cubierta, tenía un televisor y era para más de veinte personas. Pasaban películas todos los días.
Mi corazón desfalleció cuando ví la enorme cantidad de gente durmiendo en las aceras; manzanas enteras ocupadas por "homeless" que pasaban sus noches y días a la intemperie.
No sé cuántas calles están ocupadas con centros para gentes "como una", que no tienen ni trabajo, ni dónde ir, ni dónde estar. Algunos, muchos, son de color; otros son mexicanos, sudamericanos, portorriqueños...
No recuerdo si me encontré con "nativos", me parece que una mujer que conocí y hablamos un poco, era nativa de USA; quiero decir, que no era ni de color, ni latina.
Jamás en mi vida había visto tanta gente marginal, desprovista y con tan pocas posibilidades. Me asusté.
También me llamó la atención el consumo de estupefacientes entre toda ésta gente. Jóvenes, muy jóvenes, completamente idas por las drogas. Una en particular me llamó impactó porque era una de color, bellísima, jovencísima, y completamente fuera de sí, no coordinaba de ninguna manera. Estaba completamente ida. Hablaba, gemía y gesticulaba sola, como quien está actuando o representando el papel de una obra o un texto. Me imaginé que habría incursionado en la actuación, y se había "quebrado" por alguna razón; quizás las drogas. También me hice amiga de una de color, guapísima, que se inyectaba de tal manera que se me quedaba en la calle, de rodillas en el suelo, sin poder levantarse. Estaba para ver si entraba en un programa de tratamiento y le daban un apartamento donde vivir. Me invitó a una fiesta de cumpleaños que se hacía en otro salón de "los centros de las iglesias". Eran todas personas de color vestidos como visten por sus países: con vestidos de colores vistosos, casi como de fiesta, tanto hombres como mujeres. Con esos sombreros que usan los hombres con pantalón y vestido encima. Vistosísimo, exótico. Bailaron hasta el cansancio. Yo, miraba. Era un espectáculo delicioso, extraño. Mi amiga estaba perdidamente enamorada del que cumplía años; un negro alto, corpulento, que bailaba que era una maravilla, y no de mal ver. El le correspondía en los sentimientos, pero algo, no supe qué, los separaba. Quizás las adicciones. Mi inglés era lamentable; más o menos como ahora.....Fuí a ver un trabajo. Una sudamericana. La llamé y quedamos. Las distancias en LAX son para tener en cuenta. Cuando por fin encontré la casa, estuve como diez minutos -o más- para que me atendieran. No contestaban, pero despuès de haber ido desde el centro hasta la Firestone, yo no estaba dispuesta a desistir tan rápido. Por fin se decidieron a abrirme. ¡Què incómodos estaban todos! Se les notaba tanto que "habían recibido visitas" antes de que yo llegara... Ya no me cabían más dudas: en LAX también me iban detras...
Sí, se dice rápido que te estan persiguiendo universalmente, paso a paso, teléfono por teléfono, dirección por dirección, vayas a donde vayas, hagas lo que hagas, estés donde estés, hables con quien hables, ahí estaban para coaccionarte en todo, para pararte en todo, para manipularlo todo y a todos; ahí estaban siempre, sin remedio..., pero vivirlo, experimentarlo e intentar entenderlo, y devanarte los sesos buscando el cómo, el dónde, en quén, hallar la solución, es otra cosa.

Además, verse otra vez entre evangélicos, fue demasiado:una noche, esperando en el salón para la hora de la ducha, estalle en un llanto histérico y desconsolado; ¡otra vez lo mismo, otra vez con esa gente, otra vez!. Una chica se me acercó y pretendió consolarme. Hablaba el español porque era española. No era creyente sino budista y también vivía en el Shelter, así que me desahogué a los gritos, llorando, soltando toda la desesperación que había venido acumulado durante tanto tiempo; chillé, chillé y chillé, explicando: miles de kilómetros, años y años y años ¡para estar en el mismo lugaaarrr!; y otra vez con ellos -los evangélicos-; es innnsoportaaableee!!! ¡Son los dueños del muuundooo!!!...
Desde que tenía unos veinte años tenía una frase: "no me quiero morir sin conocer California".
Muy bien, estaba en California. Y no me gustó. LAX no me gustó. Lo hallé -a pesar de todo- incomodísimo para los sin dinero, y lleno de "nosotros" y de locales que te hacen sentir verguenza de tí mismo, miserable... Una blusa, trecientos dólares como nada; zapatos?, no hablemos...

Una de las cosas que también me robó "la gestapo" en Barcelona, fue un poema que le escribí a Los Angeles por el 2004. Una lástima pues era toda una inspiración. Pero hablaba de los olores: toda la zona por donde estaba el Shelter y los demás espacios para "nosotros" el olor a grasa rancia impregnada en el asfalto era apestante; la comida para los que no estaban bajo techo eran distribuidas en la vía pùblica por los centros, y francamente, nadie se ocupaba de cuidar si caía o no comida en el suelo, o dónde quedaban los sobrantes y los platos de cartón utilizados...

Sí, creo que, en general el Dawn Town de LAX es sucio...Y parece ser el sitio en donde se acumula toda la pobreza de Los Angeles. Edificios enteros -antiguos hoteles- ocupados por familias de americanos de orígen centroafricano, que se los otorga el estado para que vivan en tanto cobran una pensión de unos docientos cincuenta dólares por la falta de trabajo; en las esquinas te encontrabas gentes haciéndose el día vendiendo cigarrillos... Sí, también te encontrabas con algún que otro equipo filmando alguna película, y resulta gracioso ver cómo el choche rueda -por ejemplo- sobre un riel, en donde también va montada la cámara...
En los jardines de la Biblioteca
ví que éste actor -que nunca fue de mis favoritos- que acaba de ganar el Oscar, Jeff Bridge, estaba actuando para una película con una señorita que no reconocí...
Una preciosa mañana de sol salgo del centro de las "8 horas para dormir" -no recuerdo por qué había pasado allí esa noche- con todo el entusiasmo en un arranque de "ahora sí, lo voy a conseguir" y me encuentro justo en la puerta a los bomberos y a la policía y a una mujer acostada boca abajo sobre el capót de un coche. Decían estaba muerta. De una sobredosis. Me pareció - la cara de ella, girada hacia la calle- la chica americana que tanto me había agradado y que había conocido allí mismo. Se me vino el alma al suelo. Salí rápido y comencé a llorar llena de angustia. Fuí a una cafetería que también era para gentes como una y allí me quedé lorando y tomando algo a modo de desayuno. No podía con la angustia que me había producido semejante visión y con la idea de que hubiera sido aquella chica. Apenas la había visto unas veces, pero me había caído muy bien. Y ahora la había visto tirada arriba del motor de un coche...

Dí vueltas por LAX no dando pie con bola.
Sí, me gustó comprarme zapatillitas chinas -bonitas, bonitas, bonitas- por un dólar, y ver que también había pantalones por dos dólares con cincuenta o tres, así como camisetas. También comer en pequeños restaurantes por un dólar; fideos o arroz chinos. Rico, rico.
De la casa de la sudamericana, ni noticias. Otra cosa, no salía.

Estuve también por la oficina de Inmigración para ver de quedarme, pero me encontré con un poco más de lo mismo. Ya no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es de unos sudamericanos que estaban felices de la vida porque luego de ¡quince años! -me desmayé!- les habían otorgado el Green Card y pódían salir de USA a ver a sus familias a su país. Estaban tan felices que me regalaron treinta dólares...
Si yo tuviera más sentido de la importancia del factor sorpresa quizás hubiera podido lograr algo en LAX porque un día estando tomando un café en Mc Donald un individuo se me sentó, a distancia, justamente en frente y mirando algo en su mano, me miraba a mí luego, como si tuviera mi fotografía. En ese momento entraron dos policías, y al ver ese gesto por parte del desconcocido, me levanté como para ir a buscar a los policías. El extraño se levantó más que rápido pudo y desapareció. A los policías no les dije nada. ¿Hubieran sido las cosas distintas si lo hubiera hecho? No lo sé. Había sí antes estado en una seccional y el buen hombre me había preguntado si había querido suicidarme -por todo lo que le mostré de los papeles que llevaba-. Por supuesto le dije que no, que tomaba complementos vitamínicos, cosa que era cierto. Pero la inocencia... Me mandó al Shelter...
Cuando decidí ir ya a la policía a explicar por qué yo estaba en Los Angeles y en Estados Unidos, ya era tarde: no me dieron ni bola. Ya estaban "avisados", manipulados, manejados, direccionados, y todos los "ados".
Lo mismo ocurrió cuando fui a la policía de los Juzgados: ya me "identificaban",(reconocían); apenas me escucharon explicar que yo no había hecho esas imágenes, que nunca había sido ni porno ni prostituta (lloraba de rabia al ver que en TODOS lados era lo mismo!); trajeron a una oficial traductora que al traducir miraba al del juzgado como diciendo "ella sabe lo que se le está haciendo", en tanto el oficial me miraba como diciéndose "Pero ¿que es ésto; qué pasa aquí?", para terminar saliendo más que rápido hacia el interior de las oficinas... Atenderme sin ser atendida...
La oficial traductora, con cara de resignación y diciéndome que las prostitutas y las pornos no paran en los Shelters, me acompañó hasta la puerta. Yo pensé: ¡Por fin una que piensa con la cabeza sobre su cuello!!!