jueves, 25 de marzo de 2010

A...a...a...dónde?

Con la nuera de la señora con la que yo trabajaba, también habíamos ido a "cafetear", y ella también pudo ver, y admitió, cómo, de mesas vecinas, estaban pendientes de mi. Ella me llevó hasta la seccional de policía, pero no me convenció para qué, ya que no la ví dispuesta a decir que me veía perseguida, tal como yo afirmaba, sino que me habló algo así como que para decir que "yo era una buena persona". Tampoco ya me fiaba de la policía, así que desistí.

Y los problemas se fueron incrementando. La habitación de Vicente Alexandre no tenía llave, así que cuando comencé a observar que entraban en mi ausencia, la amarraba con unas cuerdas.El problema se agravó cuando al llegar, las encontraba sueltas. Ya me faltó ropa y unas gafas de sol. Entonces fue hablar con el marido de la argentina, una, dos, tres...veces.

El chico con quien también compartíamos la casa, se había vuelto medio chulito y a mí me habían llegado comentarios sobre el en el sentido de que no trabajaba, pero siempre tenía dinero, aunque se atrasaba en el pago de la habitación dos y hasta tres meses. ¡Y no le decían nada! También llevaba a la casa a su novia, que me hubiera importado un rábano frito si nu hubiera sido que se les dió, junto con el incremento de los problemas para mí, por aullar cada vez que "hacían vida en cómún", como se dice ahora. Y lo hacían pura y exclusivamente para molestarme -como que esas eran mis costumbres-.

Fué en la cocina de la casa hablando con el marido de la argentina, Sr. Fernandez, que la situación se puso verdaderamente mal al faltarme, éste hombre, verdaderamente el respeto -para sacarme de quicio- ya que no venía a cuento el que me dijera, en medio de la conversación sobre las entradas a la habitación, que "al final voy a tener que darte un cachetazo, yo a tí". "¡¡¡¿¿¿QUEEE???!!!", y por qué?, quién crees tú que soy yo para que tú quieras venir a levantarme la mano a mí? ¿Tú estás bien?", fue mi respuesta. "En tal caso se la tendrías que levantar a tu mujer, no a mí". Discutimos y se marchó. Llamé a la policía, le mostré lo que pasaba en la habitación, les conté lo que había pasado con Fernández, lo de la parejita, y fuimos a la comisaría en la patrulla. Cuando íbamos de camino, me seguían preguntando cosas y una de ellas tuvo que ver con el horario. Cuando les expliqué, se miraron y uno le comentó al otro: -"Es exacta en el testimonio"- Y me dije: "¿Cómo lo sabe?. Es indudable que me andan persiguiendo". Pero sabes qué? Seguía sin preocuparme; si se quiere me daba seguridad...

Y, por supuesto, me tuve que marchar de allí.Mi amiguita galleguita, se había marchado de allí también.Lo llamé a Fernández; quería que estuviera presente, porque incluso, en una mala conversación telefónica que había tenido con su mujer, ella me había llamado "mangante" (cosa que cuando me lo dijo, yo no sabía lo que quería decir), así que no quería que luego me viniera a reclarmar nada, por lo que le pedí que hiciera un inventario de todas las cosas que yo le dejaba y que me lo firmara. No sé por qué bajó la guardia y se puso más bondadoso. Creo que el inventario no lo hizo, que no me preocupara. Que me iba a mostrar una carta que había recibido, pero como yo tenía esa actitud, ahora no me la mostraba nada. Y "que a la policía la había llamado el". Y así quedó. No me la mostró. ¿Pero de qué está hablando, si a la policía la llamé yo...?

Después me dí cuenta, hablaba de que las entradas a mi habitación eran porque él llamaba a la policía.

Me fuí a otra casa con una gallega y su madre que habían estado viviendo en New York.
¿La hago corta? Alfombra roja un tiempo, y vuelta a empezar.

Ya tenía mi primer móvil, así que me refugiaba hablando por teléfono con ésta gente que había encontrado del pasado en Brna.

No puedo recordar en qué momento me fuí en tren a Madrid; sólo ida y vuelta, para poner una denuncia en el ministerio de justicia. ¡Estaba tan harta!!! ¡Por favor lo que fue! Ver por lo menos media docena de individuos trajeados alrededor de mí, por las calles, tratando de amedrentarme para que no llegara! ¡Qué morros, qué morros que tienen! Puse un pequeño informe -porque ya -¡también!- estaban avisados de no atenderme; ésto, en la recepción, así que me dieron un formulario que escribí como pude y me salió en medio de la rabia y la impotencia y me fuí.

Volví a Coruña, porque aún tenía el trabajo en la casa aquella, en donde pude ver cómo venían gentes extrañas (mujeres) que parecían ser de la iglesia -ellos jamás tenían contacto con la iglesia-; la nuera, Consuelo, así se llamaba, se había distanciado de la práctica del "amiguismo" y ahora, cuando yo estaba ocupada, me revisaba el bolso y se quedaba con tonterías: papeles diversos, tickets de compra, facturas...
Yo había estado yendo por las iglesias católicas -siempre buscando lo mismo: una solución por parte de gente lo suficientemente influyente- y resultaron ser del Opus.

Por la calle era imposible. Verdaderas turbas de viejos con viejas de la mano, acosando. Parecían salir de sus casas todos al mismo tiempo, y atiempo, para cruzarse conmigo por donde yo iba. -"¿Cómo hacen?"- me preguntaba a mí misma.

En esta casa de las de New York, cuando las cosas aún eran "alfombra roja" ví una película -para Semana Santa- que, ni entonces ni jamás pude terminar de ver. Me puse a llorar de rabia, de indignación, de dolor... Por supuesto, era sobre la vida de Jesús. Yo había bocetado esa película en el Ejército de Salvación. Yo la había creado. Y ahora la veía en la pantalla realizada por otros. El boceto estaba sin terminar, así que no sé cómo sigue la película más allá de lo que yo ví, pero esa película es mía. Realizada en Roma. Otra cosa más que podía ver cómo me la habían robado... Era mí creación; como un hijo que te roban y luego con el tiempo lo ves, a la distancia... No puedes llegar a él, no lo puedes recuperar... Y lloras.

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