domingo, 10 de abril de 2011

: Y LA GENTE ENLOQUECE, Y SE CONVIERTE EN LA TURBA

PRO ASOCIACION CONTRA LA APROPIACIÓN INDEBIDA DE VIDAS HUMANAS
Para cualquier colaboración: CatalunyaCaixa, Cta. Cte. nº 20130050880201532512

Y la gente enloquece cuando tiene la posibilidad de ir contra alguien a quien consideran ya debilitado, acabado. Es la oportunidad del linchamiento; no va a haber reclamos, nadie va a salir en defensa, nadie va a imputar por ningún delito, la puerta de la impunidad de los actos está abierta de par en par, nadie pondrá límites, es el momento de la catarsis, de la satisfacción del “sacrificio, de la inmolación de la víctima en el propiciatorio”; sólo una diferencia, no hay ofrecimiento, no hay pena por lo que se sacrifica, no hay la conciencia del "ser" sacrificado; no es nada, solo un despojo humano en quien se puede libremente descargar todo el odio acumulado por otras razones, ajenas, extrañas, pero que no se diferencia, es lo mismo, da igual, sirve, aporta satisfacción, íntima satisfacción: el todos contra uno. “La turba no razona”.
Este encierro fue diferente al anterior. Era, principalmente, o te dejas drogar, o te tomamos por la fuerza y te drogamos igual, tú elijes…
Así que, obedientemente, formaba fila junto con los demás ingresados frente a la ventanilla que proveía la “medicación”.
Ante este hecho, lo único que pensaba, una vez más, era el haberme cuidado toda la vida la mente: nada de drogas, prácticamente nunca alcohol (durante los diez años de pertenencia a la iglesia, nunca, como tampoco nada de tabaco -éste salvo en los primeros tiempos, año o año y medio); y ahí estaba, bajo el dominio de los impunes degenerados, con la mente completamente en nebulosa, los músculos hechos gelatina… En esta ocasión no se me aflojó la dentadura como en el ingreso anterior, ni me costó una muela como la vez anterior, ni parecía que había estado haciendo un triatlón de cómo me dolía el cuerpo, como la vez anterior; simplemente era un flan. No hablaba, balbuceaba, era dificilísimo poner la mente en orden, pensar, llevar la mente a lo profundo de la coherencia.
La burla era una institución; el asedio, incluso de los denominados "médicos", un puñal clavado en lo más profundo de la dignidad como ser, como mujer, como mujer completamente inocente, era un puñal clavado a traición en la espalda del derecho, de la lucha por la verdad, de la protesta con derecho por la reivindicación del honor, de la persona, de lo justo.
Y aún así empeñada de por lo menos querer hacer saber cual era en verdad el sucio y perverso motivo del por qué me hallaba ahí frente a las profesionales de la salud mental! Como una bestia de feria exhibida frente a los que están esperando que te liquiden de una vez, como en la arena de un circo macabro que eligió, y quizás no tan al azar, a quien mandar al ruedo.
Unas muchachitas que te miran, psicologas se llaman; preguntan lo que no sirve, escuchan lo que no quieren escuchar, porque ya tienen el cerebro ocupado con lo que escucharon previamente y con eso se quedan porque simplemente es lo conveniente, y anotan todo aquello que les pueda justificar tu entierro. Así está estipulado y así tiene que ser. Todo es inútil, lo sabes, lo intuyes, pero de una cosa estás segura, si te lo hicieron a ti, las puertas están abiertas para hacerlo a quien se les de la gana; y sabes, sabes, tienes la plena certeza de que ellas mismas no están excentas.
La doctora de cabecera, un poco más mayor, más inútil que las anteriores.  López, si mal no recuerdo.Directamente ves que no le importas absolutamente nada. Que no quiere saber absolutamente nada. No le interesa. Está cumpliendo su función y tú estás muy, pero muy lejos de ser su función.
Pero a pesar de que te tenían completamente ida, con la mente prácticamente borrada, aún así debiste de pelear que no te agregaran otra más. Joven enfermero, atento, amable, agradable, que no sabes si lo es por naturaleza o si porque se cree que te mueres por sus genitales, porque sabes que algo de eso se rumorea, ninfómana, porno, puta… Las palabras no se pueden pronunciar, ni en contra NI A FAVOR!, ¡NADIE DICE NADA!. Y te cuesta creer que puedan llegar a decir que sí, que lo eres, que lo has sido, no llegas totalmente a pensarlo, es como una cortina de humo que te envuelve, pero nadie te está diendo nada de frente y si lo mencionas, entonces estás paranoica! “Quien te lo dice?” Alguien se acerca a conversar, asistente, enfermera, que mas da. La escuchas decir: "...todos nos prostituimos, si no es en una cosa, es en otra, pero todos nos prostituimos..." Te dan ganas de gritar, "¡YO NO!, vengo de estar en la calle con carteles de un metro, durmiendo debajo del agua adentro de cartones, en los bancos!", pero sabes, no se puede gritar, de hecho, no puedes ni hablar.¿Lo dice por tí o  no? No lo sabes, no sabes qué creer.
 La perversión psicológica.
  Este enfermero, digo, finalmente te escuchó y no sabes si terminó entendiendo que era tu lucha, tu guerra particular, que nunca, jamás, pero jamás de los jamases les ibas a dar el gusto de someterte voluntariamente a sus perversiones, admitiendo todo lo que se habían propuesto. Esta era tu guerra y no ibas a bajar los brazos, hicieran lo que hicieran, aunque te mataran. Y desistió de “enchufarte” esa otra “medicación”.
El aislamiento también formaba parte del tratamiento sugerido; las caras y miradas de reojo, las murmuraciones a tus espaldas por parte del personal sanitario… Los ingresados también estaban seleccionados quien podía relacionarse contigo y quien no: una mirada, un gesto, era suficiente.
  No me costó una muela, pero casi me cuesta el ojo izquierdo. Una de las ingresadas, violenta como ella sola, que corría al personal e internados con bastones que arrebataba a visitas, o con lo que fuera, en una ocasión se abalanzó contra mí y me lanzó un manotazo a la cara: me abrió el globo ocular, con mucha suerte, porque no me tocó la retina.
La opción era o ponerme un punto de sutura (o dos, o tres, no recuerdo), o dejar que cicatrizara solo. Elegí que cicatrizara solo.
  Una tarde, al sentarme a comer, no pude. Simplemente no pasaba la comida por la garganta. Una de las celadoras lo observó y se me acercó a ver qué pasaba. Que si no podía comer. Como pude, balbuceé que no, que tenía la garganta cerrada. Ya les había dicho a las profesionales que no podía ni hablar, que qué era eso, que por qué me tenían drogada de semejante manera, que quién creían que era yo. Pero nada hicieron.
Ahora, no podía ya no hablar, sino ni tragar.
  Se  me llevó a observar y la asistente comentó el hecho.
Que me habían dado una medicación equivocada, que se había potenciado… Es decir, que casi me pasan para el otro barrio según los comentarios de alrededores mientras me suministraban un antídoto… Me habían medicado como para un caballo, como se dice.
Ya no puedo recordar cuánto tiempo estuve ahí, dos, tres meses, no lo se, pero llegó el momento de salir a dar vueltas por la parte exterior del hospital; el mareo, la nebulosa, la flojedad corporal..., en grupos, no podíamos salir solos.
En una ocasión, se escapó uno de los internos mientras dábamos el paseo. Los enfermeros salieron de urgencia a ver si podían alcanzarlo y a dar el aviso. Cuando regresó a dónde yo había quedado, estaba exausto y me comenta que había temido que yo también me escapara. Y dentro de tu nebulosa drogomental te preguntas "¿pero quién se cree este que yo soy? ¿por quién me toma? ¿Y de última, no se da cuenta que no tengo a dónde ir?"
Finalmente, llegó el tiempo de ir a dar paseos por la ciudad sola...



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