martes, 13 de abril de 2010

AY,BARCELONA, AY.

Me comuniqué otra vez con la monja de la Bonanova por trabajo; también necesitaba un sitio donde dormir. Dí vueltas. Fui a lo de unas sudamericanas que pese a las referencias de la hE me trataron bastante mal, y no me recibieron. Terminé en un hotel en Hospitalet donde pagaba 2500 pts. por día.

La hE me ofrecía para viernes, sábado y domingo, en una casa fuera de Barcelona...

Yo, a todo esto, había estado pensando que en LAX había sido el único lugar que en donde, al menos, me habían admitido que estaba perseguida y coaccionada en cada paso que daba, así que había decidido, luego de todo lo vivido en Italia y Francia, que volvería a Estados Unidos, y para eso necesitaba trabajar. Pero ese trabajo no salió.

Ya, habiendo estado en Milano, había intentado comunicarme con la gente que conocía de LAX enviándoles faxes diciéndoles si me ayudaban a volver (ya me había arrepentido de regresar) pero las muy caraduras de las empleadas de las librerías, me enviaban los faxes a números de teléfono diferentes a los que yo les daba, y cuando se los reclamaba, me decían cualquier verdura. Qué morro!

Como sea, por un anuncio conseguí trabajo como camarera en un local frente a la Clínica Goodman, y me fui a una habitacioncita compartida por la Meridiana, a la vuelta del trabajo.
El cálculo era que de lo que ganara sacaría para la habitación. Y así fue. Necesitaba urgentemente renovar mi residencia para no quedarme ilegal. Se había vencido en mayo pero tenía tiempo tres meses más. Para eso necesitaba el contrato de trabajo y la señora me lo hizo, pero no lo presentó. Tocaba agosto y el Notario estaba de vacaciones. No me lo creí. Ya había problemas. De haberme contratado para que le controlara el local y "las fugas", que las había, había terminado pelando patatas en la cocina.
Recuerdo su cara cuando se lo comenté; como si dijera "y el gran favor que te estoy haciendo..."
Pero mis compañeritos, seis, se me echaron encima. Entre otras cosas, en vez de que termináramos a las tres, terminábamos a las cinco; retrasaban el trabajo y se iban distrayendo para que terminara haciéndolo yo.
También es cierto, que al ser un local a la calle, el acoso era descomunal. En gran manera, formaba ésto parte del motivo que me tuvieran en la cocina.
El juego de los empleados, terminó conmigo. Me quedé de la mañana a la noche sin trabajo y sin dinero (lo trabajado ya lo había cobrado por adelantado para pagar la habitación y retirar los equipajes de Sants).
 Por la mañana, la dueña del piso -vaya lugarcito: cuando yo venía de trabajar a la madrugada, tenía que ir esquivando vidrios de botellas rotas por el suelo, de lo que se divertían bebiendo todas las noches- me arma un escándalo, porque le reclamé que me faltaba un pantalón y el uniforme del negocio, que tenía que devolver, que tuve que llamar a la policía... y me quedé en la calle..., con todo el quipaje y sin un céntimo.
Estabamos en agosto del 2001.

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