martes, 13 de abril de 2010

MILAN, HIZO HISTORIA TAMBIEN

 También había otra oficina dedicada exclusivamente para gestionar el permiso de trabajo, en la que presenté todos los papeles que tenía, incluídas las denuncias realizadas en España.


Con los chicos de Comunita Progetto nos caimos francamente bien mutuamente. Me invitaban a comer y conversábamos; bueno, es un decir, ya que ni ellos español ni yo italiano -no lo suficiente-, pero, nos entendíamos.


Al final, ir un día, y otro, y otro, a ambos lugares, para que terminaran devolviéndome todos los papeles y decirme que no podían hacer nada.


Con las chicas de la chiessa nos organizábamos para buscarnos de comer en un centro u en otro, de las chiessas también, y llegábamos todas juntas y nos íbamos todas juntas.
Al medio día, ya por separado, a los comedores, previo paso por la iglesia tal para que te dieran el permiso para entrar a ellos. Todo con pasaporte en mano porque en todos lados quedabas registrado con fotocopia del mismo y todo.


Colas en todos lados, y a donde fuera, siempre ser "identificada", "reconocida" por gentes que no habías visto jamás en tu vida y tampoco te habían visto...


Me robaron el pasaporte. El que me había sacado a mis veiticuatro años, con todos los sellos de mis viajes desde entonces y que de tantos sellos, era ya el segundo por haber estado muy lleno el primero. 


¿Por qué todo ésto, por qué tanto? ¿Por qué me habían hecho ésto y seguían y seguían? ¿Qué se estaba buscando? ¿Por qué las gentes no hablaban francamente?
Sacar citas (apuntamentos) en un lugar, en otro (todos de la chiessa -católica-, por supuesto). Resultado, lo mismo: caras raras, actitudes de desprecio, y nada. Cuando no ésto, se me quedaban mirando como si yo fuera una epifanía...


Un día vino a la chiessa-dormitorio una mujer que necesitaba dos chicas que eligió ella. Una no quiso ir, así que "me impuse", literalmente, yo. Necesitaba desesperadamente irme. Había visto cómo se ponía en práctica lo que en 2001 había oído por TV3 Catalunya. Mujeres que trabajaban año y medio y luego, nunca más. Por alguna razón no volvían a conseguir trabajo. Había visto rusas preciosísimas, la madre y las hijas, como tenían que aceptar lo que algún enamorado de turno les ofrecía para no terminar durmiendo en la calle. Había hído como algunos tomaban la Stazione Centrale como un mercado, ofreciendo 5.000.000 de liras a quien les consiguiera una joven para casarse.


Una de las que me hice amiga, María, terminó durmiendo con un compañero que conoció, en la calle. ¡Cómo me dolió! No podía aceptar que hubiera dormido en la calle! Luego, ya no la ví mas. Una mujer fuerte, de porte varonil, pero ¡qué buena mujer!
También me hice amiga de otra, Natasha, una chiquilla de 20 años, alta, rubia, bonita. Me tenía afecto, sincera, y me respetaba. Dejé de verla cuando consiguió trabajo para una casa. ¡Qué miedo me dió por ella! Recomendándole que se desvistiera y se bañara con la luz apagada. Que se cuidara para que no la vendieran...


El caso de una yugoslava: había trabajado un año y medio como doméstica, sin salir.
Juntó dinero, renunció a su trabajo, confiada de que volvería a encontrar, para ir a buscar a su hijo de trece años. Ella volvió para empezar a trabajar y el niño viajaría después.


El niño viajó y desde el autobús la llamó para decirle a la hora que llegaba. No lo encontró. Denunció, se fue a Roma a la radio y a la televisión. Nada. No volvió a verlo nunca más, ni nunca supo más nada de el. Se gastó todo el dinero y no volvió a conseguir trabajo.

La última vez que la ví fue en la Stazione Centrale durmiendo en los bancos...


Noticia parecida tuvimos en la chiessa, en una misa que se oficiaba por la desaparición de una de las hijas de una de nuestras compañeras; una jovencita que había venido sola desde su país, de dieciseis años. Lo último que se había sabido de ella era que una mujer la abía abordado en la estación diciendo que su madre mandaba a buscarla, subiéndola a una todoterreno, y nunca más. 


Ví el comercio humano. Estaba ahí, a la vista, a la luz del día; y siempre presente lo que habían hecho conmigo. Y no, no era la única, con seguridad que no.

Las chicas del este tienen una capacidad intelectiva de asombro. Yo ya conocía esto por Ludmila, una rusa de Chernobil que había conocido en el Pagola. Una extraordinaria mujer. Emprendedora, esforzada. Alta, grandota, bonita. Se había puesto a estudiar para esteticista. Una fanática de las ensaladas, que se preparaba todos los días en forma más que abundante. "Es que esto allá no hay" me dijo cuando se lo comenté.

Estas mujeres del este se aplicaban y aprendían el italiano en una semana; todo lo necesario para comunicarse y trabajar. Yo las admiraba.

Sí, necesitaba irme. Me despedí de la chiessa.

La señora que nos llevó tenía, en el Lago di Como, unos puestos de flores, y, en la misma propiedad, separada en tres partes, su casa (atrás), la casa doñnde estábamos nosotras (en el medio), y una terraza que daba a la calle (adelante) donde exponía para la venta muebles y artículos para la playa y el jardín. A mí me cayó muy bien esta mujer.

El puesto que me tocó a mí estaba a unos ciento cincuenta metros del mismo Lago di Como.

Selecciónabamos y preparábamos las flores en el garage de la casa, las cargágamos en la camioneta y a descargar en el puesto; previamente montar el chiringuito, la carpa.
Yo tenía que vender y mantener las flores fresquitas cambiándoles el agua cada tanto, acarreando los cubos de agua que iba a buscar de un grifo al lado del mismo lago. Es un lugar paradisíaco. Te explican que en aquellas montañas, está Lugano, ya Suiza.

Las manipulaciones, el todos te identifican y los rumores, eran lo mismo que en todos lados. Lo que sí dió término al momento fue que nos comentaron que la señora cuando acababa la primavera, cerraba el negocio de las flores y que tenía por costumbre reclamar faltante de flores a las chicas y terminaba por no pagarles. No tardó, después de esto, de venir a reclamarme a mí también, aunque llevávamos un control, y en retrasarse en el pago aunque se lo reclamara. No se si lo que me salvó fue que contrató a un chico que atendía un puesto en la carretera y, una noche, siendo las diez de la noche, y como el chico no venía, lo fuimos a buscar. Había dejado camioneta abierta y puesto abandonados, se había alzado con el dinero y había desaparecido. Lo más triste si se quiere es que era el favorito de la señora y la había fastidiado bien fastidiada.
Me pagó, y decidí marcharme; no sin muchas dudas, porque el sitio me gustaba muchísimo y pensé que podía arriesgarme a quedarme a pesar de todo. Esta señora era empresaria, tenía dinero y quizás hubiera podido quedarme con ella. Pero, me marché.

El dinero no me llegaba para llegar a España. Me fui hasta Génova, lugar que me pareció horrible. Para colmo cuando llegué llovía a mares.
Preguntando me indicaron una chiessa -como no- que quedaba "vicino" (cerca) de ahí... Por favor, lo que caminé bajo el aguacero, cruzando un parque, sin ningún tipo de reparo, con las maletas buscando el "vicino". Llegué hecha una sola gota de agua..., no, tres: yo y las maletas.

Decían que este sacerdote ayudaba a gente en situaciones difíciles.
Me hizo pasar, me escuchó -acompañado de dos jovencitos varones- en mi español, con mucha atención...
Yo le refería toda la situación, aún la situación de mi hermano...

Se retiró pidiéndome esperara que iba por ver de cómo ayudar. Volvió hecho un volcán -pero reprimido, a punto de estallar- me tomó del brazo, me acompañó a la puerta, y yo repitiéndole de mi hermano, en tanto el me repetía: "Su hermano? y ¿usted? Vaya, vaya. Aquí tiene este dinero y vaya. Y me sacó discretamente a patadas.

Esta vez me subí a un taxi, previamente tomarme un café cerca de allí en la acera de enfrete, en donde averigué de una casa de acogida, pero paga, y allí fui.

Fue espantoso. Muchas mujeres, una más grosera que la otra, con niños inclusive, y que estaban solamente para ver de que me sintiera lo más incómoda posible. Por supuesto esas actitudes no venían de ellas, sino de expresas indicaciones...

Mira, en una ocasión le dije a la Mayora Ferreyra, que nadie le falta el respeto a alguien con tanta impunidad, si no sabe que tiene el visto bueno de gentes de autoridad. No, no digo que todo el mundo se comporta de mil maravillas con todo el mundo, pero cuando te hacen el feo entre camarillas -que terminan siendo todas- no es espontáneo, en especial si recién te ven, si no te conocen.

Aquí viví un suceso que no había vivido en mi vida. No voy a poner qué, pero me dejó realmente preocupada y me empujó, sí, a buscar solución de manera urgente. No quedarme allí más de lo imprescindible y necesario.

Me decidí y entré en una iglesia -por supuesto católica- y le expliqué la situación de mi necesidad de volver a España y que para ello necesitaba dinero. Con esas caras tan características de alarma, y "¡cuidado!" que ya conocía tan bien, me dejó no lo suficiente, pero pude llegar a Niza.



SI, ESTO ES NIZA. ¿TE GUSTA?

Pues a mi no. Amaneces con sol y te vas a dormir con sol. Cafeterías con terraza por todos lados. La playa, pequeña y con ripio. No hay arena. Para dormir? Otra casa de monjas. Podías estar un mes sin pagar. Luego, no recuerdo si era un franco -o cien. Se que era algo irrisorio-.
Me enamoré de la comida francesa (que nos daban por la "noche" ahí mismo). Todo en base a leches y quesos, y el dulce-salado.

Buscas trabajo; problemas de idioma y permiso para trabajar. Ahí también busqué ayuda yendo a diferentes iglesias y a la policía a ver si `por esto me daban documentos. ¡Por favor, quería estqr legalizada y que me reonocieran que estaba siendo acosada, perseguida, coaccionada y que necesitaba ayuda!
Un buen cura, joven de la Iglesia de Sana Rita se movió para ayudarme. No hubo caso. Se quedó mal por esto, y yo también.

¡Ahhh, la Europa moderna y avanzada! Bajé un día a la playa, vestida como estaba y me quedé ahí en el ripio parada mirando la playa y el mar. Bajó una chica que era, sí, un verdader espectáculo. Sería modelo, actriz o algo de esto. Alta y perfectamente proporcionada, llamaba la atención. Se sacó la ropa quedando solamente con la parte inferior de la biquini, se puso en posición de loto y se expuso al sol. Unos cincuenta metros más allá había dos individuos jóvenes en slip. La miraban insistentemente y comentando con risas; y se dejaron ir. En unos pocos minutos los slips eran una verguenza...
Qué indignación que sentí! Como si me lo estuvieran haciendo a mí. Si ella no se estaba metiendo con ellos, por qué se metían con ella, que ella ni los veía. ¿Y esta era la Europa de la avanzada, del top less, de la vida "libre" ?

Me hice amiga de una marroquí, o algo así, una musulmana. Tenía problemas de falta de trabajo pero también con su marido que, por celos, no la dejaba vivir y la maltrataba. Ella quería dejarlo, pero no sabía como. Ibamos juntas de acá para allá y a buscar trabajo, hasta que el marido no quiso que se juntara mas conmigo.

Una mañana temprano estábamos por el paseo de la playa sentadas mirando al mar y charlando. Se nos acercó un judío, hombre mayor, (otro joven lo acompañaba, pero se quedó más allá) e inclinándose hacia mí, me dijo: -"Tiene que dar gracias a dios que por lo menos le han conservado la vida."- Y se marchó entrando al hotel de la esquina -si, ese fabuloso- . Me sentó tan mal. ¿Era vivir de esa manera estar "viva"? y, ¿quién era, por qué me lo había dicho?

Cuando se cumplió el plazo a mí no me aceptaron pagar los francos para quedarme (ya para ésto solía sacar algo de dinero pidiendole a la gente; la pasaba horrible). Tenía que irme. Así que tuve que moverme para poder viajar.
Allí también había llegado la mentira de que yo tenía mucho dinero. Las monjas algo habían averiguado porque las había oído comentar "no, no es verdad, no tiene nada", como si estuvieran desmintiendo una versión.

Fue Renfe (o el ferrocarril) el que me dió el billete a Pot Bou (o a Barcelona, ya no  recuerdo bien). Pero sé que volví en tren y llegué a Sants Estació. Como uno de los curas me habían dado algo de dinero, dejé las maletas en consigna en la estación.















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