jueves, 20 de mayo de 2010

SUMA Y SIGUE

En la entrevista con los profesionales de la "salud" mental (una mujer y un hombre) las cosas fueron mejor. Me escucharon, me creyeron, se miraron, se afligieron, se indignaron, siempre anotando, y me mandaron a esperar afuera. Las actitudes de los también profesionales medios, bajos y altos cargos, pasaron de la mayor seriedad y preocupación posible a la jarana más ridícula, con miradas de reojo, hacia la damnificada, o sea, yo.
No se muy bien cómo pero pasé la noche ahí en una cama improvisada (camilla), hasta que tomaran una resolución... Que no me preocupara que estaban para ayudarme.

Por la mañana fui conducida al San Juan de Deu, de Sant Boi.
Los dos profesionales conpungidos e indignados del día anterior, no volvieron a aparecer.

En Sant Boi, una sospechosamente prepotente profesional de la "salud mental" me hizo solo una pregunta de la que no le gustó la respuesta: "por qué está aquí", me preguntó, "corrupción", fue la respuesta. Media hora después estaba tan maltratada, acosada y ofendida como afuera, pero ingresada.

Era febrero del 2002.

Es sabido que la memoria nos juega malas pasadas muchas veces, así que por aquel entonces ni se me ocurrió pensar la verdadera causa probable de todo aquello, por lo que mi mi constante pregunta era por qué me estaban haciendo todo eso. Que no había sido, ni era puta, ni porno, era evidente; además en ese lugar había muchas y muchos, aún con el HIV, que eran promiscuos y sin embargo nadie los maltrataba, aún siendo "pillados" en los lavabos de los dormitorios.

Cuando ví que pasaban los días y no sólo nadie se ocupaba de mí, sino que el maltrato y el desprecio y el acoso, iban en aumento, me empecé a preocupar, disgustar y desesperar verdaderamente. En esas estábamos, llamando al abogado de S.O.S. Racisme -a quien ya conocía y quien había querido asesorarme pese a no corresponderle debido a que ellos se encargaban de otros temas-, siendo cada intento de comunicación una verdadera lucha, por la oposición, para que me permitieran usar el teléfono, cuando me vienen a buscar cuatro asistentes para que los acompañara al dormitorio. Ya en el mismo veo al "Dr" Llovet sentado en la otra cama y en la que yo usaba habían puesto correas... Que me acostara. Aoyada sobre la pared y no pudiendo salir de mi asombro, lo único que, lenta y profundamente. le repetía era: "es usted un sinverguenza, es usted un sinverguenza...", tantas veces como pude, hasta que, cansado de escucharlo, se marchó. Los asistentes de la "salud mental" terminaron el trabajo.

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