martes, 6 de abril de 2010

ITALIA - MILAN

Ni bien llegar a Milán conocí a una señora que terminó invitándome el desayuno. Yo ya había observado individuos que miraban insistentemente cuando conversábamos en la calle. En la cafetería, después de un rato, se sintió incómoda porque había quienes a nuestro alrededor la miraban y le hacían gestos. Lamentablemente, se fue. Era el primer contacto que perdía. Si mal no recuerdo, esa noche me la pasé toda la noche sin dormir, sentada sobre mi maleta, cerca de cervecerías y lugares para la juventud. Allí también llegó la persecución, el acoso, y el que gentes que en su vida me habían visto, me reconocieran.


Por la mañana empecé a dar vueltas y en un Mc Donald concocí a una chica peruana. Me dió muchas esperanzas de que allí las cosas me irían bien. Muy buena chica. Se hizo mi amiguita. Me llevó a la casa de una personas que ella conocía y allí aboné para dormir: un cuartito muy pequeñito en el que había un catre.


A la semana ya me estaban pidiendo que no podía estar mucho tiempo más allí. También por medio de esta chiquilla conocí a otros, porque claro, yo estaba buscando dónde poder quedarme y ver de trabajar. En tanto, las casas en Milán me parecieron horrorosas; ni lo más precario de Bs.As. se le parecían.


Me hablaron de la Cienciología (que era lo mejor que había), me llevaron a iglesias católicas de "avivamiento", como las evangélicas pentecostales, pero el acoso seguía -en especial por la calle- y el empleo no aparecía, yo no sabía ni cómo buscar y no entendía el idioma. Fuí a la questura (la policía) para explicar lo que me estaba ocurriendo y me hicieron pasar a la oficina de ayuda al refugiado...Hasta que apareció "el de atrás" de siempre y de todo lugar... Así que vuelta para atrás, hablando con un oficial que no nos entendíamos ni medio (y el que tampoco ponía mucho empeño); no recuerdo por qué me fotocopiaron el pasaporte, pero de solución, nanaina. Nada.


Busqué estudios de abogados... Y vuelta a empezar, a ver a dónde me iba.


Estuve a punto de irme a Israel (¡qué nervioso estaba el de la agencia, transpiraba y todo!), y, poque no se me ocurrió qué hacer a las tres de la mañana en Israel -era la hora que llegaba el vuelo- no viajé.


Al final terminé comprando un billete de avión para California, Los Angeles.

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